miércoles, 3 de marzo de 2010

QUINIENTAS VECES.

Haciendo mi labor de investigación, me entero de que Yolanda no era del todo ajena a nuestra agencia. Había estado rondando por este lugar cuando sabía que yo no estaba, claro, sabía perfecto que mientras yo estuviera a cargo, y sin que nada excepcional pasara, ella no tendría cabida aquí.

Y resultó que algo excepcional pasó y como Mauricio estaría incapacitado, Yolanda, ni tarda ni perezosa se apersonó en la casa de mi jefe, el director de la agencia y haciendo gala de sus dotes manipuladores, prácticamente le rogó por el empleo.

Eso me lo contó Carolina cuando la llamé a mi oficina para consolarla y ofrecer darle todo mi apoyo.

Yolanda me preocupaba, sin embargo mis pensamientos matutinos estaban aún en la noche anterior. La imagen de Aranza montando sobre mí no se me iba a borarr ninca de la mente. No podía, era prácticamente el mismo movimiento que hacía Déborah cuando hacía rebotar sus senos frente a mi cara y quitaba su cabello de la suya echando la cabeza hacia atrás. Ya me parecía que estaba de nuevo con mi prometida, con la mujer que me rompió el corazón y me lo devolvió en un sobre en forma de llave.

Mil veces tuve que morderme la lengua para no llamarla por el nombre de mi amada. Aranza, Aranza, no Déborah. No quería echarlo a perder aunque sabía bien que quizás era la única vez que estaría con ella. Lo disfruté, no es que mi cuerpo no estuviera concentrado, sólo es que al pensar en Déborah, el orgasmo fue quinientas veces más espectacular.

Aranza estaba lindísima, mi cuerpo estaba extasiado pero mi mente focalizada en ella, en sus ojos mirándome y sus manos tocando mi cabello. Tuve que lidiar con el impulso siempre presente de salir corriendo y me quedé, con una sonrisa en los labios.

La misma sonrisa que no podía ocultar desde que planeaba mi siguiente movimiento con Yolanda, mirando a Carolina cruzar y descruzar las piernas frente a mí.

viernes, 26 de febrero de 2010

RECLUTAMIENTO Y SELECCIÓN.

La mesa para tres se estaba convirtiendo rápidamente en mesa para uno, para mí. Tenía el manjar dispuesto y servido, listo para tomarlo sin ninguna contemplación. Lo único que tenía que hacer era pronunciar las palabras. "Vámonos".

Lo hice no sin antes pensarlo por varios minutos. No porque dudara, sino porque estaba saboreando el momento como ningún otro antes. De verdad que no había pensado en Déborah en toda la noche, sin embargo, en el último minuto, una sonrisa de satisfacción cruzó mi rostro al imaginar lo que pensaría al verme ahora. Nada destrozado, sin recordarla, sin pensar en ella, listo para tener a dos mujeres deseosas en mi cama.

Obviamente no era así. Por supuesto que la extrañaba y por supuesto que esas dos mujeres acabarían en mi cama. ¿Cuando? Eso estaba por definirse.

Pedí la cuenta, y al momento justo de levantarme de la mesa, mi celular vibró. No, no era Déborah. Era de la oficina y si yo les había ordenado claramente que no me llamaran a menos que fuera una emergencia de proporciones titánicas, esa debía serlo. Atendí el teléfono.

Resultó que una balacera en el centro de la ciudad había dejado un par de muertos y a uno de nuestros reporteros herido. ¡Eso no podía estar pasándome! Carolina se volvió loca, claro, era lógico. De no haberme acompañado, hubiera estado cubriendo la fuente del Senado, a pocos metros de la balacera y esa bala perdida que hirió a Mauricio, su compañero, puso haberle tocado a ella.

Aranza estaba en día libre, y aunque el ánimo de reportera que trae en la sangre la impulsaba a ir al lugar de los hechos, no la dejé. Pedí un taxi para enviar a Carolina a su casa, pero de pronto, la estoicidad le volvió al cuerpo y me dijo: "No, iré al Senado". Me sorprendió su audacia pero al mismo tiempo me sentí orgulloso de ella, laboralmente hablando, claro.

Se despidió de mí con un beso largo y yo llevé a Aranza a mi casa. Cosas pasaron que recordaría toda la mañana siguiente.

Al llegar a la oficina, fresco y con una sonrisa en el rostro, me encuentro con la noticia de que Mauricio estará incapacitado mínimo seis meses. Es una pena pero lo primordial es su vida. Carolina está ahí, con la misma ropa que la noche anterior, no ha dormido y se le nota distraída.

Las malas noticias dentro de la agencia no me dejan disfrutar el recuerdo de la maravillosa noche que pasé con Aranza, quisá por única vez, no lo sé.

Era necesario suplir la ausencia de Mauricio, pero mis jefes ya se habían adelantado y me encuentro de frente, bueno, es un decir, con una reportera chaparrita. La conozco, fuimos colegas hace años y aunque ella es varios años mayor que yo, ahora seré su jefe. Mi mente comienza a maquinar un plan maquiavélico recordando las ofensas que me hizo en el pasado.

Mirándola hacia abajo, sonreí y le dije: "Nos encontramos de nuevo Yolanda".

miércoles, 17 de febrero de 2010

LA TABLA DEL DOS.

Siguiendo con las reglas no escritas del periodismo de agencia, siempre es de mala educación el rechazar una invitación a comer con un colega. Carolina lo sabía y aunque no, le habría sido imposible el no aceptar una cena conmigo, obviamente ella no sabía nada de mi gusto por Aranza y si acaso lo sospechaba, aplicaría la primera enmienda. Por mucha fidelidad que se tuviera con la propia empresa, siempre, siempre había que aceptar los encuentros con homólogos de otras compañías.

Por mucho que Carolina muriera de ganas porque ahora sí cogiéramos, no podía tampoco desaprovechar la oportunidad de hablar con una reportera de otra empresa, una reportera de campo que era el siguiente paso en el escalón para Carolina.

Muchas fantasías se agolpaban en mi cabeza, pero llegué a la cena sin un plan establecido. No quería arruinar las cosas pues hace un par de años, Déborah y yo intentamos realizar un trío con una chica de su trabajo. Lo planeamos todo con antelación, incluso los tiempos e intenciones de nuestros diálogos y no funcionó. En esa ocasión éramos dos seduciendo a una y nodio resultado. Ahora era yo solo seduciendo a dos mujeres que ni siquiera sabían de mis intenciones. Sería divertido, la sola idea hacía retumbar mi entrepierna.

Aranza se sorprendió al verme llegar del brazo de Carolina al restaurante, sin embargo no dijo nada. A pesar de llevar un vestido corto y ligero, Aranza no se intimidó ante la falda vaporosa y el pesado abrigo de mi acompañante, al contrario, se levantó al vernos y a ella la saludó con toda la cortesía del mundo; a mí, presionando sus pechos duros y redondos contra el mío; y dándome un beso a tres milímetros de la boca.

Había elegido una mesa redonda. Presenté a ambas reporteras y comenzaron a hablar entre ellas, yo solamente las observaba y me imaginaba entre las piernas de Carolina y entre los pechos de Aranza. Por la ubicación que había anticipado, quedamos sentados como en un triángulo, equidistantes uno del otro. Fue conveniente.

En un momento, la punta de mis dedos alcanzaron la orilla de la falda de Carolina que dio un respingo, a la vez, Aranza dio otro brinquito y sus pechos se bambolearon deliciosamente. Pocos segundos después, una mano proveniente del lado de Aranza alcanzaba mi entrepierna. En sus ojos se veía el deseo y no solamente por lo que me estaba haciendo.

Al parecer, Carolina estaba haciendo su parte ...

miércoles, 10 de febrero de 2010

UNA DE TRES.

Después de ese flash del cabello de Déborah, mis ojos se entornaron en blanco y lo siguiente que recuerdo, es estar en medio de la multitud de micrófonos, celulares y grabadoras escuchando las declaraciones del Procurador de Justicia del Distrito Federal. Con mi mano derecha sostenía fuertemente la grabadora con el rótulo de la agencia, intentando con temple de acero no meterla en la fosa nasal del procurador. En mi mano izquierda, apretada en un puño mantenía una tarjeta de presentación que se arrugaba entre mis dedos.

Gracias a Dios por los reporteros a mi cargo. Al llegar a la agencia, mi tarea inmediata sería transcribir lo dicho por los entrevistados y sacar la nota lo antes posible. Carolina sería la indicada para hacerlo por mí. Más que por su rapidez de escritura, por la vaporosa falda a cuadros que vestía ese día. Qué bien se miraba al descruzar la pierna para ponerse de pie y venir hacia mí. Qué bien se miraba al pasarme de largo, entrar a mi oficina y no voltear hasta llegar a mi sillón. Sus nalgas se veían más antojables que nunca, y esas piernas...

Mañosamente le dije que trabajara dentro de mi oficina para que los ruidos del exterior no le perturbasen mientras trascribía. Yo podría ver sus muslos mientras recordaba la tarde en el hotel con Cynthia.

Después de una cogida espectacular, ella se metió a la regadera, yo la seguí esperando que el vapor y la humedad me hicieran renacer de mis cenizas y junto con su cuerpo chorreante me provocaran una nueva erección. Sin embargo no sucedió. Me preocupé bastante porque no me había pasado eso antes. Me senté y me relajé un poco, entonces pude sentir una ligera hinchazón que prometía, pero al acercarme de nuevo a Cynthia volví a quedarme flácido.

No podía creerlo, pero mientras más lo intentaba menos se podía. Ella dijo que no me preocupara pero se podía notar el desánimo en su mirada. Salimos del hotel, volví a la oficina y esa misma tarde, al ver la llave del departamento que me devolvía Déborah tuve una erección instantánea que me duró más de dos horas.

¿Cuál era mi problema?

Por otro lado, sé muy bien que mis reporteros no son mis secretarias, pero este jueguito con Carolina estaba comenzando a excitarme. Le pedí que me comunicara con Aranza y le di la tarjeta de presentación; le ordené que utilizara el altavoz desde el principio.

La voz de Aranza era tan parecida, tan sonora; y le hablaba con tal claridad y cortesía a Carolina que dentro de mis pantalones ya se estaba fraguando una fiesta. Frente a mi reportera y potencial amante concerté una cita a cenar con otra mujer. Antes de salir sin despedirme le pregunté: "Caro, ¿quieres venir?".

miércoles, 3 de febrero de 2010

COMPAÑEROS DE NOTICIA.

Hay una gran diferencia entre no ser capaz de lograr una erección y no poder mantenerla. No había nada malo conmigo desde el punto de vista fisiológico; del emocional, es otra historia.

Mucho tiempo ha pasado ya y sin embargo las ganas de escribir son insufribles aún. Las ganas de volver a ver el rostro de Déborah en ella misma y no en otros rostros son más grandes e insoportables que las ganas de olvidarla.

Como no podría ser de otra manera, me apersoné en el Bar-Bar a primera hora del lunes de la semana pasada. No soy fan del futbol aunque estoy enterado de las generalidades del entorno. Me había perdido ya la oportunidad de estar en Haití, pero no podía evadirme tanto como para no acudir a cubrir un evento catastrófico, más por la celebridad del herido que por el hecho que se ha vuelto tristemente cotidiano en la ciudad.

También es importante aclarar que tenía más de cinco años de no hacer reporteo en campo. Las nuevas reglas no escritas del pseudo-periodismo actual, me obligaban a presentarme con mis compañeros de "fuente".

Una de las nuevas chicas en motocicleta del reporte vial no se veía tan mal. Nada mal aun vistiendo el pesado traje de motociclista con los logotipos de su grupo radiofónico.

-Aranza- Me dijo cuando se quitó el casco sensualmente, el cabello se soltó en un sexy movimiento parecido al que hacía...

...Déborah.

lunes, 25 de enero de 2010

UNA NOCHE PARA RECORDAR.

Cuando ocurrió el terremoto en Haití, ya me venía venir la avalancha de información que llegaría por montones. Muchas cosas han pasado desde la última vez que escribí, tenía tantas ganas de contar lo que ocurrió en el hotel con Cynthia, sin embargo, el trabajo desbordándose de mi escritorio no me permitió hacerlo.

Nuestra agencia, contrario a mis expectativas, se puso las pilas y haciendo un gran esfuerzo, envió a un corresponsal a la isla. Mis jefes pensaron en mí, y era una oportunidad excelente para mi carrera, sin embargo la desolación que se veía en las primeras imágenes que nos llegaron, el olor a muerte y podredumbre que se relataba, sumados a mi estado emocional no podrían ser nunca una buena combinación. Así que rechacé la enomienda, pero a cambio, me comprometí estar al pie del cañón en la agencia.

Y por un lado está bien, digo, apoyarme en el trabajo mientras mi vida se va al caño no es algo nuevo para mi.

Porque todo comenzó el día en que Cynthia me dijo que, a pesar de lo bien que se la pasaba conmigo, nuestros mundos eran completamente diferentes. Me quería y yo la quería y el sexo era siempre novedoso. Sin embargo nunca quiso salir conmigo. Salir, salir, lo que se dice salir. Ir a tomar un café o al cine en horarios vespertinos. Siempre que íbamos era a la última función y en cines lo más lejanos de la escuela o de su casa posibles. Casi siempre nos veíamos en moteles y pasábamos la noche juntos o un buen rato de sexo y risas. Y yo quería más por supuesto, pero la verdad es que a nivel pareja, sólo nos conocíamos en la cama, nunca fuera de ella. En la escuela éramos prácticamente extraños.

Hasta que se consiguió un novio lo bastante parecido a ella como para no tener vergüenza en salir con él a la calle. Me bateó por teléfono sin decir palabra. Yo sólo pregunté si me estaba dejando y ella no tuvo reacción.

Durante muchísimos años no hablamos ni tuvimos contacto. Hasta que un paquete llegó a mi oficina la semana pasada.

Nada cambió. Sus piernas se siguieron abriendo de la misma manera que hace años y su sexo sabía igual de como lo recuerdo. Pero la imagen de Déborah desnuda en mi cama no se me quitó de la mente jamás.

Por primera vez en toda mi vida, no pude mantener una erección ...

martes, 19 de enero de 2010

POR ESO.

No puedo seguir negando que extraño a Déborah aunque creo que no lo he hecho nunca. Es cierto que no pasó ni una semana desde el rompimiento cuando ya tenía las manos metidas dentro de la falda de Carolina, pero eso no significa que no siguiera enamorado. Por el contrario, si he de sangrar el amor enorme que siento por Déborah no lo voy a hacer solo; si he de hacer sangrar a otras por culpa de mi ex prometida lo haré.

Carolina es una chica linda, sin embargo yo no soy una hermana de la caridad y si ella pretende algo conmigo no soy nadie para negárselo.

Como no me pude negar a nada con Deborah después de haberla conocido. Aunque de diferente manera.

Nuestra historia fue fulminante. El día que nos conocimos ya nos habíamos enamorado aunque ninguno de los dos se hubiera dado cuenta. No había más que hacer, éramos el uno para el otro y muy dentro lo sabíamos. la primera vez que hicimos el amor fue tan perfecto que simplemente me declaro incapaz de describirlo.

Por eso me cuesta tanto trabajo dejara ir. Por eso me cuesta trabajo el dejar de mirar su sexo entre las piernas de Cynthia, sus pezones en las tetas de Carolina, sus nalgas en las nalgas de cada mujer que camina delante de mí en la calle, ver sus ojos reflejados en los míos cuando miro el espejo.

Por eso me acosté con Cynthia y por eso me acostaré con Carolina y por eso me dolió tanto que Déborah me haya regresado la llave de mi departamento junto con un papel doblado que decía simplemente:

"Olvídame".

¡Carajo! Si pudiera...

Pero iba a contar lo que pasó en el hotel con Cynthia.

jueves, 14 de enero de 2010

TRES PAQUETES.

El ambiente ha estado bastante tenso en el trabajo últimamente. Los reporteros lo han notado y sienten lo que en mis días de universidad hubiera llamado 'perturbación en la Fuerza'.

Esto vino a mi mente pues cuando cursaba el segundo año de la licenciatura, hace once años ya, ocurrió un evento al que sólo puedo llamarlo como fortuito. Del tipo de cosas que no creería nadie que pudieran suceder, pero estaba en casa, viendo pacíficamente la televisión cuando un claxon insistente sonaba fuera de mi ventana.

No tenía intenciones de asomarme puesto que no esperaba a nadie y no pensaba que nadie quisiera venir a verme. nadie relevante al menos, mis amigos no tenían reparos en tocar el timbre para hacerme bajar pues el rudimentario intercomunicador estaba descompuesto desde hacía meses.

Después de un par de minutos de sinfonía de bocina de automóvil decidí levantarme. El ruido me hacía casi imposible ver ese último capítulo de Los Simpson que ya no recuerdo de qué iba. Cuál sería mi sorpresa cuando bajo mi ventana estaba el auto dorado de Cynthia, un tsuru de los cuadraditos perfectamente limpio. Obvio lo reconocí al instante y una extraña arritmia me atacó el pecho.

¿Por qué la mujer que me gustaba estaba tocando el claxon bajo mi ventana? ¿Sería acaso que un macho alfa viviría en el mismo departamento? Hipótesis poco probable porque a pesar de mi desprecio por los vecinos, era imposible cruzarme con ellos en todo momento, y no había visto jamás a un hombre del tipo como lo que Cynthia solía frecuentar.

Ella volteó hacia arriba y dejó de tocar el claxon. Me había visto y se estaba bajando del auto al momento que me gritaba: "Baja Claudio, vámonos".

No lo dudé un instante, revisé mi aliento, el lustre de mis zapatos y prácticamente rodé por las escaleras. No estaba pensando claramente entonces, pero me tomó de la mano y prácticamente me secuestró. Me llevó al cine a ver "La Amenaza Fantasma" y luego a cenar comida china. Me imagino que no es necesario decir que esa noche no dormí en casa.

Con esos antecedentes, debe resultar extraño y a la vez confuso el que, el lunes, al entrar a la oficina, tarde por supuesto, me haya encontrado con tres paquetes de compañías de mensajerías distintas. Los tres sin remitente visible y los tres alineados de mayor a menor.

Por un segundo me sentí como niño en navidad, pero luego recordé la psicosis del ántrax y las cartas bomba de las películas. Abrí primero el más grande de todos, una caja de medio metro de alto con una enorme canasta de frutas dentro. Tenía una tarjeta que leí en voz alta sin pensar: "Siento lo de mi mamá, ¿lo intentamos de nuevo este fin de semana?". Al momento volteé la cabeza y vi a todos los reporteros asomados en mi oficina. Todos menos Carolina. Sólo les regalé una mirada de reproche y cerré la puerta tras de mí.

El segundo paquete era como una caja de zapatos, dentro y debajo de una enorme cantidad de serpentinas y confeti estaba una bolsa de plástico transparente, herméticamente cerrada que contenía un par de palitos chinos de comida, la llave-tarjeta de un hotel cercano a la oficina y un par de boletos de cine cortados por la mitad de la función de media noche de La Amenaza Fantasma en el Cinemex de Bucareli, el 20 de agosto de 1999. Sonrío.

En mi mano derecha el tercer paquete, más bien un sobre de DHL sin ninguna marca exterior, dentro se siente un objeto de pequeño metal y una hoja de papel doblada. En mi mano izquierda la llave-tarjeta del hotel cercano.

No me cuesta trabajo la decisión. Dejo el sobre a buen resguardo en mi cajón y salgo de la oficina dejando a Carolina a cargo del grupo de reporteros. Ya no los veo, pero puedo sentir el odio con el que me miran en la espalda.

¿Cynthia? ¿Sería posible?

martes, 12 de enero de 2010

LA COLA ENTRE LAS PATAS.

Como decía, la cita del viernes por la noche fue un éxito relativo. Es decir, si los acontecimientos se dieron de tal manera que al anochecer mis manos estaban dentro de su escote y de su falda, no pueden calificarse más que como exitosos. Sin embargo, en la interminable plática casi unilateral de la noche, a Carolina se le olvidó contarme un pequeño detalle.

Estábamos en lo más caliente del manoseo cuando de pronto escucho pasos. No me preocupé pues en ese tipo de edificios de departamentos prefabricados, los ruidos se escuchan a través de los pisos y las paredes. Yo seguía luchando con el saber de que ese cuerpo que se rendía a mis manos no era el de Déborah, tenía que impedir por cualquier medio que mi garganta pronunciara el nombre equivocado, que mis sentidos me engañaran y que por momentos llegara a pensar que estaba de nuevo en casa, en un cuerpo que fue solamente mío. Pero, ¿lo era?

Comencé a hacer memoria y me acordé de todas las ocasiones en que Déborah me canceló una cita, de todas las veces en que sonaba su celular y se levantaba de la mesa a hablar en el pasillo. Y yo como siempre callaba, no me quejaba, por algo confiaba en ella y sabía que sería incapaz de engañarme. Pero ¿lo era? A estas alturas de la duda uno ya nunca puede estar seguro de nada.

Recordé la noche en que volví de un viaje de trabajo y escuché pasos en mi departamento. Antes de abrir la puerta marqué el número de la policía y coloqué mi dedo listo para oprimir send. Giré la llave y un grito de Déborah me hizo saltar. ¿Qué haces aquí le dije? Ella dubitativa me decía entre balbuceos que me estaba preparando una sorpresa, me jaló hacia la recámara y me tiró sobre la cama deshecha, mientras me besaba y se me olvidaba el susto que me había pegado, la puerta se cerró. Déborah sólo me dijo que había sido el aire y se dedicó a hacerme el amor como nunca me lo había hecho.

Ahora que lo pienso... No, mejor no lo pienso.

Estaba concentrado en el suave y pequeño cuerpo de Carolina cuando los pasos se hacían más fuertes, más cercanos. Mis dientes estaban a punto de aprisionar sus pezones cuando un grito de abuelita me sacó de contexto.

¡Carolinaaaaaaaaaaaaa!

Se le había olvidado decirme que vivía con su madre. Entre mil disculpas salía con la cola entre las patas de ahí prometiéndome averiguar todos los detalles la próxima vez.

El sábado y el domingo me recluí en casa a ver los partidos de la NFL y ayer en el trabajo, al entrar a mi oficina me encontré con una no tan agradable sorpresa.

sábado, 9 de enero de 2010

MISMO SITIO, ¿MISMA HISTORIA?

No estoy tan seguro de haber hecho bien. En general todo salió relativamente bien en mi cita de anoche, aunque sí siento un poco de remordimiento freak enfermo extraño.

Era nuestro restaurante favorito, no por la comida ni la bebida, sino porque ahí habíamos tenido nuestra primera cita formal. Ni siquiera era un restaurant bonito. Un galerón enorme allá por el rumbo de Lindavista que convenientemente queda cerca de mi trabajo, de techos altos y mesas cuadradas pero eso sí, con un servicio de primera, ni muy molesto ni muy ausente. Ideal para una cita en la que lo más importante es hablar y hablar y hablar y seguir hablando.Déborah y yo nos pasamos un par de horas hablando sin quitarnos los ojos de encima.

De eso hace ya cuatro años y medio y anoche me encontré sentado frente a Carolina en el mismo restaurante, ella hablaba sin parar y me hacía preguntas que yo contestaba con monosílabos, pero eso, aparentemente, no le molestaba, porque seguía hablándome y contándome su vida. Yo no quitaba la mirada de su rostro, no porque fuera muy bonita sino porque el escote que se había puesto desviaba toda mi atención y no quería parecer un pervertido, no en la primera cita.

No sé porqué la llevé a ese restaurante. Bueno sí. La razón superficial es que está cerca de nuestro trabajo. Porque Carolina trabaja conmigo.

Es una chica recién egresada de periodismo que tiene todas las ganas del mundo de sobresalir entre la multitud de reporteros que día a día se integran al mundo noticioso. No es muy buena en realidad pero tiene un bonito cuerpo que sin duda le ayudará a conseguirse un espacio en el periodismo audiovisual. Una vez que haya obtenido un poco más de experiencia.

El jueves por la mañana la regañé fuertemente porque me entregó una nota importante llena de faltas de ortografía. Bueno, no voy a decir que yo soy el mejor en ese sentido, pero al menos me defiendo y le hago el trabajo menos pesado al corrector de estilo de la agencia. En fin, resulta que me entrega una verdadera porquería de trabajo y perdí la paciencia. Le grité hasta que me cansé y ella no podía ni sostenerme la mirada, aunque entre todo mi enojo y arrebato no dejaba de verle las piernas torneadas que se asomaban bajo su falda. En un momento, dejé de gritar y me acerqué a ella, la privacidad de mi oficina nos proveyó de la situación ideal para abrazarnos y consolarla. Por un instante mis dedos rozaron la tersa piel de sus muslos en camino a tomarla por la espalda. Imagino que ella lo sintió también pues dio un respingo, pero entonces le acaricié el pelo y le dije que no se preocupara, que era una buena niña con mucho potencial y que sólo tenía que trabajar un poco más. Me miró e hizo un movimiento acercando sus labios a mi boca, pero me retiré y le dije: "No, aquí no. Salgamos mañana, ¿te parece?".

Ella vive cerca, y yo no, pero por alguna extraña razón o algún déjà vu la llevé al mismo lugar en el que Déborah y yo nos conocimos y enamoramos. Lo sé, ahora que lo pienso me suena bastante enfermo, aunque en realidad las cosas no salieron tan mal.

Carolina me invitó a su departamento y el cachondeo se puso bastante intenso, aunque a ella se le olvidó contarme un pequeño detalle ...

viernes, 8 de enero de 2010

SANGRANDO.

No hay, no había, ni nunca hubo razones reales para el rompimiento. No desde mi perspectiva, sin embargo es un común denominador que he detectado en las mujeres.

Carajo, que no sé ni siquiera si a esto que sucedió ayer se le puede llamar rompimiento con todo lo que eso implica. Porque vamos, ¿qué tipo de frase es: "No te quiero en mi vida pero necesito saber que siempre tendré tu hombro para llorar y tus brazos para consolarme"? No sé en realidad qué me da más coraje, si el hecho de que ella me considere un completo imbécil que estará como perro faldero siempre en espera de que se me tire un hueso, o la idiotez de haberlo aceptado, de haberme conmovido con sus lágrimas y asentir con el convencimiento de que estaba cometiendo el error más grande de mi vida.

No fue una situación de: "Se acabó, terminó, continuemos". Lo que ella quería era alejarme lo más posible pero con la vela prendida de volver en cuanto tuviera la oportunidad. O eso pienso ahora con la cabeza un poco más fría.

La cuestión es así: Sus padres atraviesan por una complicada separación después de años de vivir juntos y soportarse; si bien es cierto que las cosas en su casa nunca fueron ideales, la simulación tan socorrida en los hogares de este país ocultó por un par de décadas el irremediable distanciamiento entre los padres de Déborah. Eso lo entiendo, a pesar de sus veintisiete años, ella es muy apegada a su familia y sé que el estallido de la bomba no pudo sino partirle el corazón.

Hasta ahí está todo bien entre nosotros, pero ayer me trajo la noticia de que ha decidido que nos separemos. Por mi bien. ¡POR MI BIEN!

En ese punto es en donde pierdo la calma. ¿No se supone que una pareja ha de apoyarse en las buenas y en las malas? ¿No se supone que la persona con la que quieres compartir el resto de tu vida es la persona indicada para acompañarte en un duelo? ¿No se suponía que íbamos a estar siempre el uno para el otro? Y en último de los casos, ¿ella sabe mejor que yo lo que me hace bien? ¡Déborah era mi bien!

La medicina de la edad media no funciona desde hace cinco siglos. No es necesario sangrar al cuerpo para curar una enfermedad desconocida. Las mujeres no deberían hacer eso, no deberían alejarse de lo que más aman por un problema que no afecta directamente a su relación. En la Europa medieval, a los anémicos o a los leprosos les abrían la piel en sitios específicos para eliminar cualquier rastro de la enfermedad en la sangre, pero lo único que provocaban era la muerte del paciente.

Yo no me estoy sangrando a Déborah, hacerlo sólo provocaría que me perdiera de inmediato. Ella tomó la decisión unilateral e incomprensible de terminarlo todo y yo simplemente asentí con la cabeza. Espero que no me busque pronto. No este fin de semana porque...

...tengo una cita el viernes por la noche.

Ya les contaré.

miércoles, 6 de enero de 2010

LAS QUIERO TODAS.

Cada día que pasa me doy cuenta de que nada es lo que parece. Cuando la fiesta está en pleno apogeo, los sentidos pueden llegar a engañar a la mente y deshacer la idea de que una vez alcanzado el clímax, la cuesta hacia abajo es inevitable.

Mi nombre es Claudio y hoy estoy solo en mi casa viendo las noticias deportivas después de un día agitado. El trabajo es lo de menos, una agencia noticiosa como hay dos mil en la ciudad de México que nunca ganará ninguna exclusiva; nuestros reporteros son lo suficientemente buenos para estar en el lugar adecuado pero no tanto como para llegar en el momento adecuado. No me culpen, lo único que hago y me pagan por ello es categorizar las noticias que llegan; enojarme porque los reporteros becarios me entregan notas que acabo de leer en un periódico de hace un par de días; convocar a juntas con nuestra "fuerza informativa" que no sirven para nada pues diga lo que diga, ellos hacen lo que se les hincha; y eso es todo. No me quejo, no me va mal y apenas hoy comencé a preguntarme sobre qué diablos hago en esta vida.

Porque hasta hoy por la tarde, mi vida parecía resuelta y todo pintaba de maravilla. Lo más importante de todo era que hoy iba a ser el día en que Déborah y yo pondríamos fecha a la culminación de nuestro noviazgo y el comienzo de nuestra vida como marido y mujer. No puedo mentir, no aquí y decir que me encontraba completa y absolutamente emocionado, no. Más bien lo tomaba como el paso natural que todo hombre debe dar antes de reproducirse. Creo que ya está de más el decir que la velada salió totalmente mal, si Murphy nos estuviera observando, no tengo la menor duda de que hubiera gritado: "¡Eureka!".

En lugar del rostro alegre de mi novia me encontré una cara descolorida y la cajita del anillo de compromiso de vuelta. Las razones que me dio para terminar con lo nuestro no vienen al caso ahora. El punto toral de la discusión es que no hubo tal, yo simplemente asentía y aceptaba sus explicaciones aunque no tuvieran el menor de los sentidos para mí. No malinterpreten, no es que no la quisiera, pero los ojos que me devolvían la mirada no eran los ojos que yo había amado con veneración durante cuatro años y medio, no. Esa mujer no era mi mujer.

Hoy, en vez de recluirme en el vicio y emborracharme hasta perder más que la conciencia decido volver al mercado. Alguna vez fui un Don Juan incorregible y tengo la certeza de que lo que bien se aprende, nunca se olvida. UNA mala mujer no va a quitarme esta hambre de más, una mala mujer no va a acabar con mi autoestima ni con mi virilidad, una mala mujer no va a hacerme sentir pulga ni a quitarme el objetivo que dormí durante cuatro años y medio; una mala mujer ES el objetivo pero no quiero una mala mujer, LAS QUIERO A TODAS.

Éstos son los hechos, la historia tiene hoy un punto de quiebre y existe el pasado y el futuro.

¿Vienen?