miércoles, 3 de marzo de 2010

QUINIENTAS VECES.

Haciendo mi labor de investigación, me entero de que Yolanda no era del todo ajena a nuestra agencia. Había estado rondando por este lugar cuando sabía que yo no estaba, claro, sabía perfecto que mientras yo estuviera a cargo, y sin que nada excepcional pasara, ella no tendría cabida aquí.

Y resultó que algo excepcional pasó y como Mauricio estaría incapacitado, Yolanda, ni tarda ni perezosa se apersonó en la casa de mi jefe, el director de la agencia y haciendo gala de sus dotes manipuladores, prácticamente le rogó por el empleo.

Eso me lo contó Carolina cuando la llamé a mi oficina para consolarla y ofrecer darle todo mi apoyo.

Yolanda me preocupaba, sin embargo mis pensamientos matutinos estaban aún en la noche anterior. La imagen de Aranza montando sobre mí no se me iba a borarr ninca de la mente. No podía, era prácticamente el mismo movimiento que hacía Déborah cuando hacía rebotar sus senos frente a mi cara y quitaba su cabello de la suya echando la cabeza hacia atrás. Ya me parecía que estaba de nuevo con mi prometida, con la mujer que me rompió el corazón y me lo devolvió en un sobre en forma de llave.

Mil veces tuve que morderme la lengua para no llamarla por el nombre de mi amada. Aranza, Aranza, no Déborah. No quería echarlo a perder aunque sabía bien que quizás era la única vez que estaría con ella. Lo disfruté, no es que mi cuerpo no estuviera concentrado, sólo es que al pensar en Déborah, el orgasmo fue quinientas veces más espectacular.

Aranza estaba lindísima, mi cuerpo estaba extasiado pero mi mente focalizada en ella, en sus ojos mirándome y sus manos tocando mi cabello. Tuve que lidiar con el impulso siempre presente de salir corriendo y me quedé, con una sonrisa en los labios.

La misma sonrisa que no podía ocultar desde que planeaba mi siguiente movimiento con Yolanda, mirando a Carolina cruzar y descruzar las piernas frente a mí.