Cuando ocurrió el terremoto en Haití, ya me venía venir la avalancha de información que llegaría por montones. Muchas cosas han pasado desde la última vez que escribí, tenía tantas ganas de contar lo que ocurrió en el hotel con Cynthia, sin embargo, el trabajo desbordándose de mi escritorio no me permitió hacerlo.
Nuestra agencia, contrario a mis expectativas, se puso las pilas y haciendo un gran esfuerzo, envió a un corresponsal a la isla. Mis jefes pensaron en mí, y era una oportunidad excelente para mi carrera, sin embargo la desolación que se veía en las primeras imágenes que nos llegaron, el olor a muerte y podredumbre que se relataba, sumados a mi estado emocional no podrían ser nunca una buena combinación. Así que rechacé la enomienda, pero a cambio, me comprometí estar al pie del cañón en la agencia.
Y por un lado está bien, digo, apoyarme en el trabajo mientras mi vida se va al caño no es algo nuevo para mi.
Porque todo comenzó el día en que Cynthia me dijo que, a pesar de lo bien que se la pasaba conmigo, nuestros mundos eran completamente diferentes. Me quería y yo la quería y el sexo era siempre novedoso. Sin embargo nunca quiso salir conmigo. Salir, salir, lo que se dice salir. Ir a tomar un café o al cine en horarios vespertinos. Siempre que íbamos era a la última función y en cines lo más lejanos de la escuela o de su casa posibles. Casi siempre nos veíamos en moteles y pasábamos la noche juntos o un buen rato de sexo y risas. Y yo quería más por supuesto, pero la verdad es que a nivel pareja, sólo nos conocíamos en la cama, nunca fuera de ella. En la escuela éramos prácticamente extraños.
Hasta que se consiguió un novio lo bastante parecido a ella como para no tener vergüenza en salir con él a la calle. Me bateó por teléfono sin decir palabra. Yo sólo pregunté si me estaba dejando y ella no tuvo reacción.
Durante muchísimos años no hablamos ni tuvimos contacto. Hasta que un paquete llegó a mi oficina la semana pasada.
Nada cambió. Sus piernas se siguieron abriendo de la misma manera que hace años y su sexo sabía igual de como lo recuerdo. Pero la imagen de Déborah desnuda en mi cama no se me quitó de la mente jamás.
Por primera vez en toda mi vida, no pude mantener una erección ...
lunes, 25 de enero de 2010
martes, 19 de enero de 2010
POR ESO.
No puedo seguir negando que extraño a Déborah aunque creo que no lo he hecho nunca. Es cierto que no pasó ni una semana desde el rompimiento cuando ya tenía las manos metidas dentro de la falda de Carolina, pero eso no significa que no siguiera enamorado. Por el contrario, si he de sangrar el amor enorme que siento por Déborah no lo voy a hacer solo; si he de hacer sangrar a otras por culpa de mi ex prometida lo haré.
Carolina es una chica linda, sin embargo yo no soy una hermana de la caridad y si ella pretende algo conmigo no soy nadie para negárselo.
Como no me pude negar a nada con Deborah después de haberla conocido. Aunque de diferente manera.
Nuestra historia fue fulminante. El día que nos conocimos ya nos habíamos enamorado aunque ninguno de los dos se hubiera dado cuenta. No había más que hacer, éramos el uno para el otro y muy dentro lo sabíamos. la primera vez que hicimos el amor fue tan perfecto que simplemente me declaro incapaz de describirlo.
Por eso me cuesta tanto trabajo dejara ir. Por eso me cuesta trabajo el dejar de mirar su sexo entre las piernas de Cynthia, sus pezones en las tetas de Carolina, sus nalgas en las nalgas de cada mujer que camina delante de mí en la calle, ver sus ojos reflejados en los míos cuando miro el espejo.
Por eso me acosté con Cynthia y por eso me acostaré con Carolina y por eso me dolió tanto que Déborah me haya regresado la llave de mi departamento junto con un papel doblado que decía simplemente:
"Olvídame".
¡Carajo! Si pudiera...
Pero iba a contar lo que pasó en el hotel con Cynthia.
Carolina es una chica linda, sin embargo yo no soy una hermana de la caridad y si ella pretende algo conmigo no soy nadie para negárselo.
Como no me pude negar a nada con Deborah después de haberla conocido. Aunque de diferente manera.
Nuestra historia fue fulminante. El día que nos conocimos ya nos habíamos enamorado aunque ninguno de los dos se hubiera dado cuenta. No había más que hacer, éramos el uno para el otro y muy dentro lo sabíamos. la primera vez que hicimos el amor fue tan perfecto que simplemente me declaro incapaz de describirlo.
Por eso me cuesta tanto trabajo dejara ir. Por eso me cuesta trabajo el dejar de mirar su sexo entre las piernas de Cynthia, sus pezones en las tetas de Carolina, sus nalgas en las nalgas de cada mujer que camina delante de mí en la calle, ver sus ojos reflejados en los míos cuando miro el espejo.
Por eso me acosté con Cynthia y por eso me acostaré con Carolina y por eso me dolió tanto que Déborah me haya regresado la llave de mi departamento junto con un papel doblado que decía simplemente:
"Olvídame".
¡Carajo! Si pudiera...
Pero iba a contar lo que pasó en el hotel con Cynthia.
jueves, 14 de enero de 2010
TRES PAQUETES.
El ambiente ha estado bastante tenso en el trabajo últimamente. Los reporteros lo han notado y sienten lo que en mis días de universidad hubiera llamado 'perturbación en la Fuerza'.
Esto vino a mi mente pues cuando cursaba el segundo año de la licenciatura, hace once años ya, ocurrió un evento al que sólo puedo llamarlo como fortuito. Del tipo de cosas que no creería nadie que pudieran suceder, pero estaba en casa, viendo pacíficamente la televisión cuando un claxon insistente sonaba fuera de mi ventana.
No tenía intenciones de asomarme puesto que no esperaba a nadie y no pensaba que nadie quisiera venir a verme. nadie relevante al menos, mis amigos no tenían reparos en tocar el timbre para hacerme bajar pues el rudimentario intercomunicador estaba descompuesto desde hacía meses.
Después de un par de minutos de sinfonía de bocina de automóvil decidí levantarme. El ruido me hacía casi imposible ver ese último capítulo de Los Simpson que ya no recuerdo de qué iba. Cuál sería mi sorpresa cuando bajo mi ventana estaba el auto dorado de Cynthia, un tsuru de los cuadraditos perfectamente limpio. Obvio lo reconocí al instante y una extraña arritmia me atacó el pecho.
¿Por qué la mujer que me gustaba estaba tocando el claxon bajo mi ventana? ¿Sería acaso que un macho alfa viviría en el mismo departamento? Hipótesis poco probable porque a pesar de mi desprecio por los vecinos, era imposible cruzarme con ellos en todo momento, y no había visto jamás a un hombre del tipo como lo que Cynthia solía frecuentar.
Ella volteó hacia arriba y dejó de tocar el claxon. Me había visto y se estaba bajando del auto al momento que me gritaba: "Baja Claudio, vámonos".
No lo dudé un instante, revisé mi aliento, el lustre de mis zapatos y prácticamente rodé por las escaleras. No estaba pensando claramente entonces, pero me tomó de la mano y prácticamente me secuestró. Me llevó al cine a ver "La Amenaza Fantasma" y luego a cenar comida china. Me imagino que no es necesario decir que esa noche no dormí en casa.
Con esos antecedentes, debe resultar extraño y a la vez confuso el que, el lunes, al entrar a la oficina, tarde por supuesto, me haya encontrado con tres paquetes de compañías de mensajerías distintas. Los tres sin remitente visible y los tres alineados de mayor a menor.
Por un segundo me sentí como niño en navidad, pero luego recordé la psicosis del ántrax y las cartas bomba de las películas. Abrí primero el más grande de todos, una caja de medio metro de alto con una enorme canasta de frutas dentro. Tenía una tarjeta que leí en voz alta sin pensar: "Siento lo de mi mamá, ¿lo intentamos de nuevo este fin de semana?". Al momento volteé la cabeza y vi a todos los reporteros asomados en mi oficina. Todos menos Carolina. Sólo les regalé una mirada de reproche y cerré la puerta tras de mí.
El segundo paquete era como una caja de zapatos, dentro y debajo de una enorme cantidad de serpentinas y confeti estaba una bolsa de plástico transparente, herméticamente cerrada que contenía un par de palitos chinos de comida, la llave-tarjeta de un hotel cercano a la oficina y un par de boletos de cine cortados por la mitad de la función de media noche de La Amenaza Fantasma en el Cinemex de Bucareli, el 20 de agosto de 1999. Sonrío.
En mi mano derecha el tercer paquete, más bien un sobre de DHL sin ninguna marca exterior, dentro se siente un objeto de pequeño metal y una hoja de papel doblada. En mi mano izquierda la llave-tarjeta del hotel cercano.
No me cuesta trabajo la decisión. Dejo el sobre a buen resguardo en mi cajón y salgo de la oficina dejando a Carolina a cargo del grupo de reporteros. Ya no los veo, pero puedo sentir el odio con el que me miran en la espalda.
¿Cynthia? ¿Sería posible?
Esto vino a mi mente pues cuando cursaba el segundo año de la licenciatura, hace once años ya, ocurrió un evento al que sólo puedo llamarlo como fortuito. Del tipo de cosas que no creería nadie que pudieran suceder, pero estaba en casa, viendo pacíficamente la televisión cuando un claxon insistente sonaba fuera de mi ventana.
No tenía intenciones de asomarme puesto que no esperaba a nadie y no pensaba que nadie quisiera venir a verme. nadie relevante al menos, mis amigos no tenían reparos en tocar el timbre para hacerme bajar pues el rudimentario intercomunicador estaba descompuesto desde hacía meses.
Después de un par de minutos de sinfonía de bocina de automóvil decidí levantarme. El ruido me hacía casi imposible ver ese último capítulo de Los Simpson que ya no recuerdo de qué iba. Cuál sería mi sorpresa cuando bajo mi ventana estaba el auto dorado de Cynthia, un tsuru de los cuadraditos perfectamente limpio. Obvio lo reconocí al instante y una extraña arritmia me atacó el pecho.
¿Por qué la mujer que me gustaba estaba tocando el claxon bajo mi ventana? ¿Sería acaso que un macho alfa viviría en el mismo departamento? Hipótesis poco probable porque a pesar de mi desprecio por los vecinos, era imposible cruzarme con ellos en todo momento, y no había visto jamás a un hombre del tipo como lo que Cynthia solía frecuentar.
Ella volteó hacia arriba y dejó de tocar el claxon. Me había visto y se estaba bajando del auto al momento que me gritaba: "Baja Claudio, vámonos".
No lo dudé un instante, revisé mi aliento, el lustre de mis zapatos y prácticamente rodé por las escaleras. No estaba pensando claramente entonces, pero me tomó de la mano y prácticamente me secuestró. Me llevó al cine a ver "La Amenaza Fantasma" y luego a cenar comida china. Me imagino que no es necesario decir que esa noche no dormí en casa.
Con esos antecedentes, debe resultar extraño y a la vez confuso el que, el lunes, al entrar a la oficina, tarde por supuesto, me haya encontrado con tres paquetes de compañías de mensajerías distintas. Los tres sin remitente visible y los tres alineados de mayor a menor.
Por un segundo me sentí como niño en navidad, pero luego recordé la psicosis del ántrax y las cartas bomba de las películas. Abrí primero el más grande de todos, una caja de medio metro de alto con una enorme canasta de frutas dentro. Tenía una tarjeta que leí en voz alta sin pensar: "Siento lo de mi mamá, ¿lo intentamos de nuevo este fin de semana?". Al momento volteé la cabeza y vi a todos los reporteros asomados en mi oficina. Todos menos Carolina. Sólo les regalé una mirada de reproche y cerré la puerta tras de mí.
El segundo paquete era como una caja de zapatos, dentro y debajo de una enorme cantidad de serpentinas y confeti estaba una bolsa de plástico transparente, herméticamente cerrada que contenía un par de palitos chinos de comida, la llave-tarjeta de un hotel cercano a la oficina y un par de boletos de cine cortados por la mitad de la función de media noche de La Amenaza Fantasma en el Cinemex de Bucareli, el 20 de agosto de 1999. Sonrío.
En mi mano derecha el tercer paquete, más bien un sobre de DHL sin ninguna marca exterior, dentro se siente un objeto de pequeño metal y una hoja de papel doblada. En mi mano izquierda la llave-tarjeta del hotel cercano.
No me cuesta trabajo la decisión. Dejo el sobre a buen resguardo en mi cajón y salgo de la oficina dejando a Carolina a cargo del grupo de reporteros. Ya no los veo, pero puedo sentir el odio con el que me miran en la espalda.
¿Cynthia? ¿Sería posible?
martes, 12 de enero de 2010
LA COLA ENTRE LAS PATAS.
Como decía, la cita del viernes por la noche fue un éxito relativo. Es decir, si los acontecimientos se dieron de tal manera que al anochecer mis manos estaban dentro de su escote y de su falda, no pueden calificarse más que como exitosos. Sin embargo, en la interminable plática casi unilateral de la noche, a Carolina se le olvidó contarme un pequeño detalle.
Estábamos en lo más caliente del manoseo cuando de pronto escucho pasos. No me preocupé pues en ese tipo de edificios de departamentos prefabricados, los ruidos se escuchan a través de los pisos y las paredes. Yo seguía luchando con el saber de que ese cuerpo que se rendía a mis manos no era el de Déborah, tenía que impedir por cualquier medio que mi garganta pronunciara el nombre equivocado, que mis sentidos me engañaran y que por momentos llegara a pensar que estaba de nuevo en casa, en un cuerpo que fue solamente mío. Pero, ¿lo era?
Comencé a hacer memoria y me acordé de todas las ocasiones en que Déborah me canceló una cita, de todas las veces en que sonaba su celular y se levantaba de la mesa a hablar en el pasillo. Y yo como siempre callaba, no me quejaba, por algo confiaba en ella y sabía que sería incapaz de engañarme. Pero ¿lo era? A estas alturas de la duda uno ya nunca puede estar seguro de nada.
Recordé la noche en que volví de un viaje de trabajo y escuché pasos en mi departamento. Antes de abrir la puerta marqué el número de la policía y coloqué mi dedo listo para oprimir send. Giré la llave y un grito de Déborah me hizo saltar. ¿Qué haces aquí le dije? Ella dubitativa me decía entre balbuceos que me estaba preparando una sorpresa, me jaló hacia la recámara y me tiró sobre la cama deshecha, mientras me besaba y se me olvidaba el susto que me había pegado, la puerta se cerró. Déborah sólo me dijo que había sido el aire y se dedicó a hacerme el amor como nunca me lo había hecho.
Ahora que lo pienso... No, mejor no lo pienso.
Estaba concentrado en el suave y pequeño cuerpo de Carolina cuando los pasos se hacían más fuertes, más cercanos. Mis dientes estaban a punto de aprisionar sus pezones cuando un grito de abuelita me sacó de contexto.
¡Carolinaaaaaaaaaaaaa!
Se le había olvidado decirme que vivía con su madre. Entre mil disculpas salía con la cola entre las patas de ahí prometiéndome averiguar todos los detalles la próxima vez.
El sábado y el domingo me recluí en casa a ver los partidos de la NFL y ayer en el trabajo, al entrar a mi oficina me encontré con una no tan agradable sorpresa.
Estábamos en lo más caliente del manoseo cuando de pronto escucho pasos. No me preocupé pues en ese tipo de edificios de departamentos prefabricados, los ruidos se escuchan a través de los pisos y las paredes. Yo seguía luchando con el saber de que ese cuerpo que se rendía a mis manos no era el de Déborah, tenía que impedir por cualquier medio que mi garganta pronunciara el nombre equivocado, que mis sentidos me engañaran y que por momentos llegara a pensar que estaba de nuevo en casa, en un cuerpo que fue solamente mío. Pero, ¿lo era?
Comencé a hacer memoria y me acordé de todas las ocasiones en que Déborah me canceló una cita, de todas las veces en que sonaba su celular y se levantaba de la mesa a hablar en el pasillo. Y yo como siempre callaba, no me quejaba, por algo confiaba en ella y sabía que sería incapaz de engañarme. Pero ¿lo era? A estas alturas de la duda uno ya nunca puede estar seguro de nada.
Recordé la noche en que volví de un viaje de trabajo y escuché pasos en mi departamento. Antes de abrir la puerta marqué el número de la policía y coloqué mi dedo listo para oprimir send. Giré la llave y un grito de Déborah me hizo saltar. ¿Qué haces aquí le dije? Ella dubitativa me decía entre balbuceos que me estaba preparando una sorpresa, me jaló hacia la recámara y me tiró sobre la cama deshecha, mientras me besaba y se me olvidaba el susto que me había pegado, la puerta se cerró. Déborah sólo me dijo que había sido el aire y se dedicó a hacerme el amor como nunca me lo había hecho.
Ahora que lo pienso... No, mejor no lo pienso.
Estaba concentrado en el suave y pequeño cuerpo de Carolina cuando los pasos se hacían más fuertes, más cercanos. Mis dientes estaban a punto de aprisionar sus pezones cuando un grito de abuelita me sacó de contexto.
¡Carolinaaaaaaaaaaaaa!
Se le había olvidado decirme que vivía con su madre. Entre mil disculpas salía con la cola entre las patas de ahí prometiéndome averiguar todos los detalles la próxima vez.
El sábado y el domingo me recluí en casa a ver los partidos de la NFL y ayer en el trabajo, al entrar a mi oficina me encontré con una no tan agradable sorpresa.
sábado, 9 de enero de 2010
MISMO SITIO, ¿MISMA HISTORIA?
No estoy tan seguro de haber hecho bien. En general todo salió relativamente bien en mi cita de anoche, aunque sí siento un poco de remordimiento freak enfermo extraño.
Era nuestro restaurante favorito, no por la comida ni la bebida, sino porque ahí habíamos tenido nuestra primera cita formal. Ni siquiera era un restaurant bonito. Un galerón enorme allá por el rumbo de Lindavista que convenientemente queda cerca de mi trabajo, de techos altos y mesas cuadradas pero eso sí, con un servicio de primera, ni muy molesto ni muy ausente. Ideal para una cita en la que lo más importante es hablar y hablar y hablar y seguir hablando.Déborah y yo nos pasamos un par de horas hablando sin quitarnos los ojos de encima.
De eso hace ya cuatro años y medio y anoche me encontré sentado frente a Carolina en el mismo restaurante, ella hablaba sin parar y me hacía preguntas que yo contestaba con monosílabos, pero eso, aparentemente, no le molestaba, porque seguía hablándome y contándome su vida. Yo no quitaba la mirada de su rostro, no porque fuera muy bonita sino porque el escote que se había puesto desviaba toda mi atención y no quería parecer un pervertido, no en la primera cita.
No sé porqué la llevé a ese restaurante. Bueno sí. La razón superficial es que está cerca de nuestro trabajo. Porque Carolina trabaja conmigo.
Es una chica recién egresada de periodismo que tiene todas las ganas del mundo de sobresalir entre la multitud de reporteros que día a día se integran al mundo noticioso. No es muy buena en realidad pero tiene un bonito cuerpo que sin duda le ayudará a conseguirse un espacio en el periodismo audiovisual. Una vez que haya obtenido un poco más de experiencia.
El jueves por la mañana la regañé fuertemente porque me entregó una nota importante llena de faltas de ortografía. Bueno, no voy a decir que yo soy el mejor en ese sentido, pero al menos me defiendo y le hago el trabajo menos pesado al corrector de estilo de la agencia. En fin, resulta que me entrega una verdadera porquería de trabajo y perdí la paciencia. Le grité hasta que me cansé y ella no podía ni sostenerme la mirada, aunque entre todo mi enojo y arrebato no dejaba de verle las piernas torneadas que se asomaban bajo su falda. En un momento, dejé de gritar y me acerqué a ella, la privacidad de mi oficina nos proveyó de la situación ideal para abrazarnos y consolarla. Por un instante mis dedos rozaron la tersa piel de sus muslos en camino a tomarla por la espalda. Imagino que ella lo sintió también pues dio un respingo, pero entonces le acaricié el pelo y le dije que no se preocupara, que era una buena niña con mucho potencial y que sólo tenía que trabajar un poco más. Me miró e hizo un movimiento acercando sus labios a mi boca, pero me retiré y le dije: "No, aquí no. Salgamos mañana, ¿te parece?".
Ella vive cerca, y yo no, pero por alguna extraña razón o algún déjà vu la llevé al mismo lugar en el que Déborah y yo nos conocimos y enamoramos. Lo sé, ahora que lo pienso me suena bastante enfermo, aunque en realidad las cosas no salieron tan mal.
Carolina me invitó a su departamento y el cachondeo se puso bastante intenso, aunque a ella se le olvidó contarme un pequeño detalle ...
Era nuestro restaurante favorito, no por la comida ni la bebida, sino porque ahí habíamos tenido nuestra primera cita formal. Ni siquiera era un restaurant bonito. Un galerón enorme allá por el rumbo de Lindavista que convenientemente queda cerca de mi trabajo, de techos altos y mesas cuadradas pero eso sí, con un servicio de primera, ni muy molesto ni muy ausente. Ideal para una cita en la que lo más importante es hablar y hablar y hablar y seguir hablando.Déborah y yo nos pasamos un par de horas hablando sin quitarnos los ojos de encima.
De eso hace ya cuatro años y medio y anoche me encontré sentado frente a Carolina en el mismo restaurante, ella hablaba sin parar y me hacía preguntas que yo contestaba con monosílabos, pero eso, aparentemente, no le molestaba, porque seguía hablándome y contándome su vida. Yo no quitaba la mirada de su rostro, no porque fuera muy bonita sino porque el escote que se había puesto desviaba toda mi atención y no quería parecer un pervertido, no en la primera cita.
No sé porqué la llevé a ese restaurante. Bueno sí. La razón superficial es que está cerca de nuestro trabajo. Porque Carolina trabaja conmigo.
Es una chica recién egresada de periodismo que tiene todas las ganas del mundo de sobresalir entre la multitud de reporteros que día a día se integran al mundo noticioso. No es muy buena en realidad pero tiene un bonito cuerpo que sin duda le ayudará a conseguirse un espacio en el periodismo audiovisual. Una vez que haya obtenido un poco más de experiencia.
El jueves por la mañana la regañé fuertemente porque me entregó una nota importante llena de faltas de ortografía. Bueno, no voy a decir que yo soy el mejor en ese sentido, pero al menos me defiendo y le hago el trabajo menos pesado al corrector de estilo de la agencia. En fin, resulta que me entrega una verdadera porquería de trabajo y perdí la paciencia. Le grité hasta que me cansé y ella no podía ni sostenerme la mirada, aunque entre todo mi enojo y arrebato no dejaba de verle las piernas torneadas que se asomaban bajo su falda. En un momento, dejé de gritar y me acerqué a ella, la privacidad de mi oficina nos proveyó de la situación ideal para abrazarnos y consolarla. Por un instante mis dedos rozaron la tersa piel de sus muslos en camino a tomarla por la espalda. Imagino que ella lo sintió también pues dio un respingo, pero entonces le acaricié el pelo y le dije que no se preocupara, que era una buena niña con mucho potencial y que sólo tenía que trabajar un poco más. Me miró e hizo un movimiento acercando sus labios a mi boca, pero me retiré y le dije: "No, aquí no. Salgamos mañana, ¿te parece?".
Ella vive cerca, y yo no, pero por alguna extraña razón o algún déjà vu la llevé al mismo lugar en el que Déborah y yo nos conocimos y enamoramos. Lo sé, ahora que lo pienso me suena bastante enfermo, aunque en realidad las cosas no salieron tan mal.
Carolina me invitó a su departamento y el cachondeo se puso bastante intenso, aunque a ella se le olvidó contarme un pequeño detalle ...
viernes, 8 de enero de 2010
SANGRANDO.
No hay, no había, ni nunca hubo razones reales para el rompimiento. No desde mi perspectiva, sin embargo es un común denominador que he detectado en las mujeres.
Carajo, que no sé ni siquiera si a esto que sucedió ayer se le puede llamar rompimiento con todo lo que eso implica. Porque vamos, ¿qué tipo de frase es: "No te quiero en mi vida pero necesito saber que siempre tendré tu hombro para llorar y tus brazos para consolarme"? No sé en realidad qué me da más coraje, si el hecho de que ella me considere un completo imbécil que estará como perro faldero siempre en espera de que se me tire un hueso, o la idiotez de haberlo aceptado, de haberme conmovido con sus lágrimas y asentir con el convencimiento de que estaba cometiendo el error más grande de mi vida.
No fue una situación de: "Se acabó, terminó, continuemos". Lo que ella quería era alejarme lo más posible pero con la vela prendida de volver en cuanto tuviera la oportunidad. O eso pienso ahora con la cabeza un poco más fría.
La cuestión es así: Sus padres atraviesan por una complicada separación después de años de vivir juntos y soportarse; si bien es cierto que las cosas en su casa nunca fueron ideales, la simulación tan socorrida en los hogares de este país ocultó por un par de décadas el irremediable distanciamiento entre los padres de Déborah. Eso lo entiendo, a pesar de sus veintisiete años, ella es muy apegada a su familia y sé que el estallido de la bomba no pudo sino partirle el corazón.
Hasta ahí está todo bien entre nosotros, pero ayer me trajo la noticia de que ha decidido que nos separemos. Por mi bien. ¡POR MI BIEN!
En ese punto es en donde pierdo la calma. ¿No se supone que una pareja ha de apoyarse en las buenas y en las malas? ¿No se supone que la persona con la que quieres compartir el resto de tu vida es la persona indicada para acompañarte en un duelo? ¿No se suponía que íbamos a estar siempre el uno para el otro? Y en último de los casos, ¿ella sabe mejor que yo lo que me hace bien? ¡Déborah era mi bien!
La medicina de la edad media no funciona desde hace cinco siglos. No es necesario sangrar al cuerpo para curar una enfermedad desconocida. Las mujeres no deberían hacer eso, no deberían alejarse de lo que más aman por un problema que no afecta directamente a su relación. En la Europa medieval, a los anémicos o a los leprosos les abrían la piel en sitios específicos para eliminar cualquier rastro de la enfermedad en la sangre, pero lo único que provocaban era la muerte del paciente.
Yo no me estoy sangrando a Déborah, hacerlo sólo provocaría que me perdiera de inmediato. Ella tomó la decisión unilateral e incomprensible de terminarlo todo y yo simplemente asentí con la cabeza. Espero que no me busque pronto. No este fin de semana porque...
...tengo una cita el viernes por la noche.
Ya les contaré.
Carajo, que no sé ni siquiera si a esto que sucedió ayer se le puede llamar rompimiento con todo lo que eso implica. Porque vamos, ¿qué tipo de frase es: "No te quiero en mi vida pero necesito saber que siempre tendré tu hombro para llorar y tus brazos para consolarme"? No sé en realidad qué me da más coraje, si el hecho de que ella me considere un completo imbécil que estará como perro faldero siempre en espera de que se me tire un hueso, o la idiotez de haberlo aceptado, de haberme conmovido con sus lágrimas y asentir con el convencimiento de que estaba cometiendo el error más grande de mi vida.
No fue una situación de: "Se acabó, terminó, continuemos". Lo que ella quería era alejarme lo más posible pero con la vela prendida de volver en cuanto tuviera la oportunidad. O eso pienso ahora con la cabeza un poco más fría.
La cuestión es así: Sus padres atraviesan por una complicada separación después de años de vivir juntos y soportarse; si bien es cierto que las cosas en su casa nunca fueron ideales, la simulación tan socorrida en los hogares de este país ocultó por un par de décadas el irremediable distanciamiento entre los padres de Déborah. Eso lo entiendo, a pesar de sus veintisiete años, ella es muy apegada a su familia y sé que el estallido de la bomba no pudo sino partirle el corazón.
Hasta ahí está todo bien entre nosotros, pero ayer me trajo la noticia de que ha decidido que nos separemos. Por mi bien. ¡POR MI BIEN!
En ese punto es en donde pierdo la calma. ¿No se supone que una pareja ha de apoyarse en las buenas y en las malas? ¿No se supone que la persona con la que quieres compartir el resto de tu vida es la persona indicada para acompañarte en un duelo? ¿No se suponía que íbamos a estar siempre el uno para el otro? Y en último de los casos, ¿ella sabe mejor que yo lo que me hace bien? ¡Déborah era mi bien!
La medicina de la edad media no funciona desde hace cinco siglos. No es necesario sangrar al cuerpo para curar una enfermedad desconocida. Las mujeres no deberían hacer eso, no deberían alejarse de lo que más aman por un problema que no afecta directamente a su relación. En la Europa medieval, a los anémicos o a los leprosos les abrían la piel en sitios específicos para eliminar cualquier rastro de la enfermedad en la sangre, pero lo único que provocaban era la muerte del paciente.
Yo no me estoy sangrando a Déborah, hacerlo sólo provocaría que me perdiera de inmediato. Ella tomó la decisión unilateral e incomprensible de terminarlo todo y yo simplemente asentí con la cabeza. Espero que no me busque pronto. No este fin de semana porque...
...tengo una cita el viernes por la noche.
Ya les contaré.
miércoles, 6 de enero de 2010
LAS QUIERO TODAS.
Cada día que pasa me doy cuenta de que nada es lo que parece. Cuando la fiesta está en pleno apogeo, los sentidos pueden llegar a engañar a la mente y deshacer la idea de que una vez alcanzado el clímax, la cuesta hacia abajo es inevitable.
Mi nombre es Claudio y hoy estoy solo en mi casa viendo las noticias deportivas después de un día agitado. El trabajo es lo de menos, una agencia noticiosa como hay dos mil en la ciudad de México que nunca ganará ninguna exclusiva; nuestros reporteros son lo suficientemente buenos para estar en el lugar adecuado pero no tanto como para llegar en el momento adecuado. No me culpen, lo único que hago y me pagan por ello es categorizar las noticias que llegan; enojarme porque los reporteros becarios me entregan notas que acabo de leer en un periódico de hace un par de días; convocar a juntas con nuestra "fuerza informativa" que no sirven para nada pues diga lo que diga, ellos hacen lo que se les hincha; y eso es todo. No me quejo, no me va mal y apenas hoy comencé a preguntarme sobre qué diablos hago en esta vida.
Porque hasta hoy por la tarde, mi vida parecía resuelta y todo pintaba de maravilla. Lo más importante de todo era que hoy iba a ser el día en que Déborah y yo pondríamos fecha a la culminación de nuestro noviazgo y el comienzo de nuestra vida como marido y mujer. No puedo mentir, no aquí y decir que me encontraba completa y absolutamente emocionado, no. Más bien lo tomaba como el paso natural que todo hombre debe dar antes de reproducirse. Creo que ya está de más el decir que la velada salió totalmente mal, si Murphy nos estuviera observando, no tengo la menor duda de que hubiera gritado: "¡Eureka!".
En lugar del rostro alegre de mi novia me encontré una cara descolorida y la cajita del anillo de compromiso de vuelta. Las razones que me dio para terminar con lo nuestro no vienen al caso ahora. El punto toral de la discusión es que no hubo tal, yo simplemente asentía y aceptaba sus explicaciones aunque no tuvieran el menor de los sentidos para mí. No malinterpreten, no es que no la quisiera, pero los ojos que me devolvían la mirada no eran los ojos que yo había amado con veneración durante cuatro años y medio, no. Esa mujer no era mi mujer.
Hoy, en vez de recluirme en el vicio y emborracharme hasta perder más que la conciencia decido volver al mercado. Alguna vez fui un Don Juan incorregible y tengo la certeza de que lo que bien se aprende, nunca se olvida. UNA mala mujer no va a quitarme esta hambre de más, una mala mujer no va a acabar con mi autoestima ni con mi virilidad, una mala mujer no va a hacerme sentir pulga ni a quitarme el objetivo que dormí durante cuatro años y medio; una mala mujer ES el objetivo pero no quiero una mala mujer, LAS QUIERO A TODAS.
Éstos son los hechos, la historia tiene hoy un punto de quiebre y existe el pasado y el futuro.
¿Vienen?
Mi nombre es Claudio y hoy estoy solo en mi casa viendo las noticias deportivas después de un día agitado. El trabajo es lo de menos, una agencia noticiosa como hay dos mil en la ciudad de México que nunca ganará ninguna exclusiva; nuestros reporteros son lo suficientemente buenos para estar en el lugar adecuado pero no tanto como para llegar en el momento adecuado. No me culpen, lo único que hago y me pagan por ello es categorizar las noticias que llegan; enojarme porque los reporteros becarios me entregan notas que acabo de leer en un periódico de hace un par de días; convocar a juntas con nuestra "fuerza informativa" que no sirven para nada pues diga lo que diga, ellos hacen lo que se les hincha; y eso es todo. No me quejo, no me va mal y apenas hoy comencé a preguntarme sobre qué diablos hago en esta vida.
Porque hasta hoy por la tarde, mi vida parecía resuelta y todo pintaba de maravilla. Lo más importante de todo era que hoy iba a ser el día en que Déborah y yo pondríamos fecha a la culminación de nuestro noviazgo y el comienzo de nuestra vida como marido y mujer. No puedo mentir, no aquí y decir que me encontraba completa y absolutamente emocionado, no. Más bien lo tomaba como el paso natural que todo hombre debe dar antes de reproducirse. Creo que ya está de más el decir que la velada salió totalmente mal, si Murphy nos estuviera observando, no tengo la menor duda de que hubiera gritado: "¡Eureka!".
En lugar del rostro alegre de mi novia me encontré una cara descolorida y la cajita del anillo de compromiso de vuelta. Las razones que me dio para terminar con lo nuestro no vienen al caso ahora. El punto toral de la discusión es que no hubo tal, yo simplemente asentía y aceptaba sus explicaciones aunque no tuvieran el menor de los sentidos para mí. No malinterpreten, no es que no la quisiera, pero los ojos que me devolvían la mirada no eran los ojos que yo había amado con veneración durante cuatro años y medio, no. Esa mujer no era mi mujer.
Hoy, en vez de recluirme en el vicio y emborracharme hasta perder más que la conciencia decido volver al mercado. Alguna vez fui un Don Juan incorregible y tengo la certeza de que lo que bien se aprende, nunca se olvida. UNA mala mujer no va a quitarme esta hambre de más, una mala mujer no va a acabar con mi autoestima ni con mi virilidad, una mala mujer no va a hacerme sentir pulga ni a quitarme el objetivo que dormí durante cuatro años y medio; una mala mujer ES el objetivo pero no quiero una mala mujer, LAS QUIERO A TODAS.
Éstos son los hechos, la historia tiene hoy un punto de quiebre y existe el pasado y el futuro.
¿Vienen?
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